Extraído de "El País". Febrero 2015
El mundo se vuelve cada vez más dual también en cuestiones de alimentación. Mientras una parte de los habitantes del planeta siguen padeciendo hambre, otra, cada vez mayor, pierde salud por exceso de comida. Naciones Unidas ha puesto cifras a este fenómeno: 950 millones de personas sufren desnutrición y cada año mueren cinco millones de niños por ello. Al mismo tiempo hay 2.100 millones de personas con sobrepeso; y tres millones mueren cada año por obesidad.
La revista científica The Lancet advierte en su último número de que el problema se extiende y que ningún país ha sido capaz hasta ahora de revertir una tendencia que tendrá enormes costes, no solo en términos personales y de salud, sino también económicos. Sin medidas adicionales no se podrá cumplir el objetivo de la OMS de que la tasa de obesidad esté en 2030 en el nivel de 2010.
La principal causa es la comida basura, categoría en la que se sitúa una gran cantidad de productos ricos en calorías y pobres en nutrientes. Bollería industrial, bebidas azucaradas y aperitivos con alto contenido de azúcar, grasas o sal son sus principales exponentes.
Se trata de productos que llegan al mercado arropados por grandes campañas de promoción. Son, en general, más baratos y accesibles que la comida saludable; de ahí que la obesidad se esté convirtiendo en un nuevo signo de pobreza. Y se extiende no solo en los países ricos, sino también en los pobres. Los productos azucarados se benefician de la tendencia innata por razones de herencia evolutiva a preferir los alimentos dulces. La bollería industrial añade la peor de las fórmulas: azúcares y grasas en grandes cantidades.
La profusión de estos productos está cambiando hábitos y preferencias, de manera que cada vez son más demandados. El resultado es una alteración metabólica que hace que aumente el sobrepeso incluso cuando se reduce la ingesta de calorías.
La OMS señala varias formas de combatir la epidemia, pero todas ellas exigen grandes dosis de voluntad política. Combinan la prevención con una regulación fiscal que penalice el consumo de estos productos, y todas exigen el compromiso de la industria alimentaria. El camino está claro. El problema es recorrerlo.
El mundo se vuelve cada vez más dual también en cuestiones de alimentación. Mientras una parte de los habitantes del planeta siguen padeciendo hambre, otra, cada vez mayor, pierde salud por exceso de comida. Naciones Unidas ha puesto cifras a este fenómeno: 950 millones de personas sufren desnutrición y cada año mueren cinco millones de niños por ello. Al mismo tiempo hay 2.100 millones de personas con sobrepeso; y tres millones mueren cada año por obesidad.
La revista científica The Lancet advierte en su último número de que el problema se extiende y que ningún país ha sido capaz hasta ahora de revertir una tendencia que tendrá enormes costes, no solo en términos personales y de salud, sino también económicos. Sin medidas adicionales no se podrá cumplir el objetivo de la OMS de que la tasa de obesidad esté en 2030 en el nivel de 2010.
La principal causa es la comida basura, categoría en la que se sitúa una gran cantidad de productos ricos en calorías y pobres en nutrientes. Bollería industrial, bebidas azucaradas y aperitivos con alto contenido de azúcar, grasas o sal son sus principales exponentes.
Se trata de productos que llegan al mercado arropados por grandes campañas de promoción. Son, en general, más baratos y accesibles que la comida saludable; de ahí que la obesidad se esté convirtiendo en un nuevo signo de pobreza. Y se extiende no solo en los países ricos, sino también en los pobres. Los productos azucarados se benefician de la tendencia innata por razones de herencia evolutiva a preferir los alimentos dulces. La bollería industrial añade la peor de las fórmulas: azúcares y grasas en grandes cantidades.
La profusión de estos productos está cambiando hábitos y preferencias, de manera que cada vez son más demandados. El resultado es una alteración metabólica que hace que aumente el sobrepeso incluso cuando se reduce la ingesta de calorías.
La OMS señala varias formas de combatir la epidemia, pero todas ellas exigen grandes dosis de voluntad política. Combinan la prevención con una regulación fiscal que penalice el consumo de estos productos, y todas exigen el compromiso de la industria alimentaria. El camino está claro. El problema es recorrerlo.