A 18.23 horas, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero irrumpió al frente de 200 guardias civiles en el hemiciclo, donde se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo. Tejero, sentenciado a 30 años de prisión por un delito de rebelión militar, fue el último de los condenados en salir de la cárcel, en la que permaneció quince años y nueve meses, y es de los pocos golpista que continúa vivo:
MI VECINO "el golpista" (EL PAÍS)
Viví
en Madrid entre 2002 y 2006, mientras estudiaba la licenciatura en
Filosofía en la Complutense. Hasta entonces había vivido siempre en
México, donde nací, y conocía poco España, de visitar a mi familia
durante algún verano. Educado en un colegio de exiliados republicanos en
la Ciudad de México, y criado al fragor de las discusiones sobre el
franquismo sostenidas por mis abuelos, mis nociones de la historia
política española, sin embargo, se detenían en los años oscuros de la
posguerra, y muy poco sabía yo sobre la transición democrática y aquel
célebre intento por sabotearla.
Mi abuelo tenía un departamento en la glorieta de San Bernardo, en
los edificios Princesa, y tras unos meses de negociaciones me permitió
ocuparlo. «Tendrás un vecino notable», me dijo con su característico
sarcasmo, «el cabrón ese de Tejero, que vive en el departamento de
abajo».
Me acostumbré a verlo a veces en el elevador, o atravesando el patio principal de la comunidad, o entrando por el portón de Santa Cruz de Marcenado. Pero Tejero no era el vecino que más destacaba en los edificios Princesa —construidos en 1975 como viviendas para militares— sino yo: el único extranjero, el único joven, el único estudiante entre una población más bien envejecida y más bien conservadora.
No hice muy buenas migas con los vecinos, pero uno de los porteros del edificio me adoptó como confidente. Había sido guitarrista de Raphael durante los años 60, como demostró con orgullo llevándome varias fotografías en las que se lo veía junto al cantante —que hoy luce más joven, milagrosamente—. Ese portero era el encargado de llamar a la policía si algún coche sospechoso se detenía junto a la entrada: un edificio de militares retirados, con un habitante de tan infausta memoria como Tejero, era presumiblemente un blanco apetecible para la ETA, según me explicó.
A lo largo de esos años me dediqué a mirar obsesivamente las imágenes del fallido golpe, fijándome especialmente en el rostro de mi vecino, en su postura corporal mientras apuntaba la pistola hacia los diputados. Paralelamente, me obsesionó también la idea de saber más sobre la vida de Tejero en el presente. Intenté en vano obtener información a través del portero, a quien sólo le interesaba rememorar sus tiempos con Raphael. (No fue sino hasta que leí, años después, el estupendo libro de Javier Cercas, Anatomía de un instante, que di por satisfecha mi curiosidad en torno al bigotudo señor del departamento de abajo.)...
Quizás no fue tan buena idea revelar la identidad de mi vecino
durante la única fiesta que organicé ahí. Desde mi percepción
extranjera, jamás hubiera sospechado que aquel suceso de 1981
despertaría aún reacciones violentas entre un grupo de universitarios
que ni siquiera habían nacido en aquel entonces. Pero mis compañeros de
jolgorio parecían vivir en un presente ampliado que incluía no sólo
algunos episodios de 1981, sino también algunos de 1936, y la noticia de
que a pocos metros dormía Tejero inflamó sus alcoholizadas
imaginaciones. «Vamos a despertarlo y le pegamos de hostias», propuso el
más osado. Desde luego, la épica de hacer justicia excitó también mis
emociones de veinteañero, pero no quería perder el derecho a vivir en
aquel piso, así que procuré calmar los ánimos y convencí a mis amigos de
que en vez de confrontar al golpista podíamos mandarle mensajes con
aviones de papel desde el balcón. Confiaba en que el estado etílico de
la reunión entorpeciera la maniobra y que ninguna amenaza de muerte
alcanzara el balcón de Tejero. Pese a ello, escribí yo mismo un mensaje,
de intención más bien paródica, y lancé mi avioncito de papel. Decía
solamente “Que se sienten, ¡coño!”
Nunca dejó de sorprenderme que la Historia y mi vida cotidiana se entrelazaran de un modo tan insospechado. Los protagonistas de la Historia, pensaba, pertenecían a un mundo paralelo, donde soportaban el castigo de su éxito o su fracaso rodeados exclusivamente de prohombres y villanos, jamás de anónimos lectores de Descartes como yo. Por el contrario, mi vecino golpista era un jubilado más de los muchos que me miraban con recelo en el elevador, lamentando en silencio que su inmaculada patria se hubiese degradado al punto de permitir que un joven mexicano viviera, como un espía, entre ellos.
«Tendrás un vecino notable», me dijo mi abuelo, «el cabrón ese de Tejero, que vive en el departamento de abajo»
Me acostumbré a verlo a veces en el elevador, o atravesando el patio principal de la comunidad, o entrando por el portón de Santa Cruz de Marcenado. Pero Tejero no era el vecino que más destacaba en los edificios Princesa —construidos en 1975 como viviendas para militares— sino yo: el único extranjero, el único joven, el único estudiante entre una población más bien envejecida y más bien conservadora.
No hice muy buenas migas con los vecinos, pero uno de los porteros del edificio me adoptó como confidente. Había sido guitarrista de Raphael durante los años 60, como demostró con orgullo llevándome varias fotografías en las que se lo veía junto al cantante —que hoy luce más joven, milagrosamente—. Ese portero era el encargado de llamar a la policía si algún coche sospechoso se detenía junto a la entrada: un edificio de militares retirados, con un habitante de tan infausta memoria como Tejero, era presumiblemente un blanco apetecible para la ETA, según me explicó.
A lo largo de esos años me dediqué a mirar obsesivamente las imágenes del fallido golpe, fijándome especialmente en el rostro de mi vecino, en su postura corporal mientras apuntaba la pistola hacia los diputados. Paralelamente, me obsesionó también la idea de saber más sobre la vida de Tejero en el presente. Intenté en vano obtener información a través del portero, a quien sólo le interesaba rememorar sus tiempos con Raphael. (No fue sino hasta que leí, años después, el estupendo libro de Javier Cercas, Anatomía de un instante, que di por satisfecha mi curiosidad en torno al bigotudo señor del departamento de abajo.)...
Quizás no fue tan buena idea revelar la identidad de mi vecino durante la única fiesta que organicé
Nunca dejó de sorprenderme que la Historia y mi vida cotidiana se entrelazaran de un modo tan insospechado. Los protagonistas de la Historia, pensaba, pertenecían a un mundo paralelo, donde soportaban el castigo de su éxito o su fracaso rodeados exclusivamente de prohombres y villanos, jamás de anónimos lectores de Descartes como yo. Por el contrario, mi vecino golpista era un jubilado más de los muchos que me miraban con recelo en el elevador, lamentando en silencio que su inmaculada patria se hubiese degradado al punto de permitir que un joven mexicano viviera, como un espía, entre ellos.
Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984) es autor de En medio de extrañas víctimas (Editorial Sexto Piso).
Jaime Milans del Bosch, capitán
general de la II Región Militar, que impuso el estado de excepción en
Valencia, el general de división del Ejército de Tierra, Alfonso Armada y el Jefe del Estado Mayor de la División Acorazada Brunete, José Ignacio San Martín, son algunos de los ya fallecidos.
El presidente en funciones en ese momento, Adolfo Suárez, y el que iba a ser investido también han muerto, así como otros protagonistas: el secretario general de la Casa de Su Majestad el Rey, Sabino Fernández Campo, el vicepresidente del Gobierno y teniente general del Ejército, Manuel Gutiérrez Mellado, el secretario del PCE y único diputado que permaneció sentado, Santiago Carrillo, o el presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga.
El presidente en funciones en ese momento, Adolfo Suárez, y el que iba a ser investido también han muerto, así como otros protagonistas: el secretario general de la Casa de Su Majestad el Rey, Sabino Fernández Campo, el vicepresidente del Gobierno y teniente general del Ejército, Manuel Gutiérrez Mellado, el secretario del PCE y único diputado que permaneció sentado, Santiago Carrillo, o el presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga.
El presidente en funciones en ese
momento, Adolfo Suárez, y el que iba a ser investido también han muerto,
así como otros protagonistas
Cuando media España oyó en la radio o vio la televisión la irrupción de Tejero en el Salón de Plenos y su grito de "todos al suelo", el presidente del Congreso era Landelino Lavilla y llamaba a votar al diputado socialista Manuel Núñez Encabo.
Todo el mundo recuerda a Gutiérrez Mellado, que se fue hacia ellos y fue zarandeado por Tejero, mientras varias ráfagas de subfusiles acribillaron la cúpula del hemiciclo y Suárez intentaba socorrerle. Horas después, tres escuadrones con blindados ocupaban las instalaciones de RTVE en Prado del Rey, por lo que TVE no informa sobre lo que ocurría y Radio Nacional sólo emitía música, hasta que a las 21.00 los militares se retiran.
Todo el mundo recuerda a Gutiérrez Mellado, que se fue hacia ellos y fue zarandeado por Tejero, mientras varias ráfagas de subfusiles acribillaron la cúpula del hemiciclo y Suárez intentaba socorrerle. Horas después, tres escuadrones con blindados ocupaban las instalaciones de RTVE en Prado del Rey, por lo que TVE no informa sobre lo que ocurría y Radio Nacional sólo emitía música, hasta que a las 21.00 los militares se retiran.
Heridos y evacuados
Los héroes y antihéroes de aquella jornada están muy
presentes en la memoria colectiva, pero quizás no recuerden tanto que
dejó algunos heridos y evacuados. Ocho diputados -Fernando Sagaseta,
Asunción Cruañes, Gabriel Cisneros, José Antonio Trilla, Faustino
Múñoz, José Rodríguez, Francisco Javier Sanz y Francisco Vázquez-
recibieron asistencia por parte de los también diputados y doctores
Donato Fuejo y Carlos Gila, así como por la médico Carmen Echave, que
estaba en la tribuna de invitados y atendió a varios de ellos.
De los heridos, Cruañes, Muñoz, Rodríguez, Vázquez y Cisneros fueron conducidos a centros hospitalarios
Además, ella salió del Congreso a por medicinas y volvió con información para los diputados. Los
lesionados sufrieron contusiones o heridas a causa del tiroteo inicial,
del rebote de los casquillos o del desprendimiento de cristales y
escayola.
De los heridos, Cruañes, Muñoz, Rodríguez, Vázquez y Cisneros fueron conducidos a centros hospitalarios, aunque éste, después de ser asistido por primera vez, se incorporó a su escaño y fue desalojado de nuevo por sentirse indispuesto otra vez. El senador David Pérez Puga también fue desalojado, mientras que el diputado Jesús Aizpun se negó, pese a que padecía afecciones cardiacas.
También tuvieron que ser atendidos tres invitados, que sufrieron cortes o contusiones en el tiroteo inicial. Precisamente con los tiros y su número ha habido polémica en estos años, ya que algunos han desaparecido y otros han aparecido debido a las diversas obras que se han practicado en el Palacio.
En las del verano de 2013 "desaparecieron" cinco impactos, pero se descubrieron otros ocho, lo que viene a ser una ráfaga de metralleta de los hombres de Tejero. Los técnicos del Congreso señalaron que había ocho tiros de más y constataron que ya no estaban diez de los impactos originales.
En un detallado informe fechado en diciembre de 1981, el arquitecto conservador del Congreso contabilizaba 37 impactos, ahora quedan 35, entre ellos, esos ocho que no se conocían hasta ese verano. La respuesta a esa "perdida" sería las sucesivas obras que se han llevado a cabo en el hemiciclo en esos años, ya que desde 1988 se han acometido importantes remodelaciones del Salón de Plenos.
De los heridos, Cruañes, Muñoz, Rodríguez, Vázquez y Cisneros fueron conducidos a centros hospitalarios, aunque éste, después de ser asistido por primera vez, se incorporó a su escaño y fue desalojado de nuevo por sentirse indispuesto otra vez. El senador David Pérez Puga también fue desalojado, mientras que el diputado Jesús Aizpun se negó, pese a que padecía afecciones cardiacas.
También tuvieron que ser atendidos tres invitados, que sufrieron cortes o contusiones en el tiroteo inicial. Precisamente con los tiros y su número ha habido polémica en estos años, ya que algunos han desaparecido y otros han aparecido debido a las diversas obras que se han practicado en el Palacio.
En las del verano de 2013 "desaparecieron" cinco impactos, pero se descubrieron otros ocho, lo que viene a ser una ráfaga de metralleta de los hombres de Tejero. Los técnicos del Congreso señalaron que había ocho tiros de más y constataron que ya no estaban diez de los impactos originales.
En un detallado informe fechado en diciembre de 1981, el arquitecto conservador del Congreso contabilizaba 37 impactos, ahora quedan 35, entre ellos, esos ocho que no se conocían hasta ese verano. La respuesta a esa "perdida" sería las sucesivas obras que se han llevado a cabo en el hemiciclo en esos años, ya que desde 1988 se han acometido importantes remodelaciones del Salón de Plenos.